miércoles, 4 de agosto de 2010


La ilusión del Ahora


Mucho se ha dicho en la actualidad acerca de la importancia de vivir en el presente, en el “aquí” y el “ahora”. Pero este vivir en el presente siempre se vuelve un aferramiento a la experiencia, un sujeto examinando un objeto. Nuestras ideas sobre lo que significa estar en el presente, “aquí y ahora”, nos enredan con sus complejidades. ¿Dónde está esta mente, mi mente, en la cual yo creo que las ideas y las experiencias ocurren? Los pensamientos existen, tenemos un sentido del presente, tenemos consciencia. Pero cuando tratamos de pinchar la experiencia efectiva que estamos teniendo, no podemos encontrar nada en la descripción de la experiencia que sea efectivamente real. Lo que encontramos no es nunca la actualidad de la experiencia, sino solamente un conjunto de conceptos que nos hemos formado acerca de nuestra experiencia. Cuando tratamos de vivir en el “presente”, nos preparamos para ir más allá de los conceptos, más allá del tiempo, más allá de nuestras experiencias usuales, pero todo lo que hacemos en nuestra seria anticipación es reforzar nuestra mente dualista.

¿Cómo entonces es posible ir más allá de esta superficie o mundo relativo, cuando aun el deseo de ir más allá lo cambia todo para impedirnos hacerlo? El primer paso es realizar que todas las cosas pertenecientes al mundo relativo, incluyendo lenguaje, ideas y conceptos, son formas semejantes a nubes en el cielo. Se ven sólidas, tienen diferentes formas, se mueven; sin embargo, no son diferentes del cielo en el que flotan. De la misma manera, nosotros creamos formas de nuestras diferentes experiencias por medio de nuestras emociones, nuestras imágenes y nuestros conceptos. Desarrollamos “series de historias”, que se parecen a esas nubes-dragón que se retuercen en el cielo.

Usualmente contemplamos estas “nubes” experiencias como si fueran objetos reales separados de nosotros. Pero cuando comprendemos que sólo son manifestaciones superficiales, podemos relajarnos y contactar el espacio sutil del más allá de los “nube-conceptos” y las “nube-emociones”, el espacio en el que no hay dualidad de sujeto y objeto.



Al principio es difícil aceptar que este espacio vacío existe, porque no hemos desarrollado la clase de percepción que se requiere. Por eso, primero necesitamos adquirir esa comprensión intelectual, luego podemos abrirnos a la experiencia afectiva a través de la meditación. Por un lado, la comprensión intelectual sostiene la experiencia; por el otro, la experiencia inspira una más profunda comprensión. Ambos profundizan juntos, sosteniéndose mutuamente.

Nuestro entendimiento intelectual es un mecanismo comprobatorio, uno que desarrolla un medio de probar las cosas en forma lógica. En una facultad importante pero hasta cierto punto, porque los conceptos y la lógica no nos llevan demasiado lejos. Sólo la experiencia puede llevarnos más allá de las imágenes, más allá del tiempo. Pero esta no es nuestra usual idea de experiencia...

La meditación, nos ayuda a dejar nuestros conceptos e ideas para ser receptivos a un estado abierto de alerta. En la meditación hacemos nuestro más íntimo contacto con nuestro lado experiencial donde se encuentra la iluminación, la más alta consciencia.

Cuando pasamos directamente dentro de cada momento, cuando disolvemos las formas o “nubes” de conceptos y descansamos en la pura experiencia, descubrimos nuestro gran recurso, el espacio iluminado. Podemos explotar la mina de nuestra experiencia para encontrar este gran tesoro que yace dentro de cada pensamiento.

Una vez que surja esta comprensión, todo es una parte de la meditación. Estamos centrados en la inmediatez de la experiencia, y, a pesar de eso, todavía participamos en sus formas exteriores, usando conceptos, gestos, etc., para manifestar nuestra experiencia interna. Esta comprensión es verdadera integración, una conexión genuina de nuestro entero ser con la realidad de la experiencia, con el “ahora” el cual no está limitado por tiempo ni espacio.

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