Un Espacio dedicado a compartir ideas e impresiones sobre temáticas orientales.
domingo, 11 de abril de 2010
LA COMPASION Y EL INDIVIDUO.
Tenzin Gyatso
El Décimocuarto Dalai Lama
El propósito de la vida
Una gran pregunta subyace en nuestra vidas, ya sea que nos la formulemos o no
de manera conciente: ¿Cuál es el propósito de la existencia? Yo me he hecho
esa pregunta y me gustaría compartir con ustedes mis pensamientos al respecto
con la esperanza de que les resulten de utilidad práctica y directa.
Considero que el propósito de la vida es ser felices. Desde el momento en que
nacemos, todos los seres deseamos ser felices y no queremos sufrir. Ni los
condicionamientos sociales, ni la ideología, ni la educación modifican esto.
Desde lo más hondo de nuestro ser queremos encontrar la satisfacción. Ignoro
si el universo con sus incontables galaxias, estrellas y planetas, tiene o no
un significado más profundo pero, por lo menos, es claro que los seres humanos
que habitamos esta tierra nos enfrentamos a la tarea de construir una vida
feliz. En consecuencia, es importante descubrir qué es lo que trae los mayores
niveles de felicidad.
Cómo lograr la felicidad
En principio, es posible dividir toda clase de felicidad y de sufrimiento en
dos categorías principales: mental y física. En ambos casos, la mente ejerce
una gran influencia en nosotros. A no ser que estemos gravemente enfermos o
carezcamos de las necesidades básicas, nuestra condición física juega un rol
secundario en nuestra vida. Si el cuerpo está satisfecho, virtualmente lo
ignoramos. Sin embargo, la mente registra todos los eventos sin importar cuán
pequeños sean. Es por eso que debemos dedicar nuestros mayores esfuerzos para
conseguir la paz mental.
Con base en mi propia experiencia, he encontrado que el más alto grado de
tranquilidad interior proviene del desarrollo del amor y la compasión. Entre
más nos ocupemos de la felicidad de los otros, mayor será nuestro sentimiento
de bienestar. Cultivar un corazón cálido por los demás, automáticamente hace
que la mente se sienta tranquila, ayuda a remover cualquier miedo o
inseguridad que podamos tener y nos da la fuerza para enfrentarnos con
cualquier obstáculo que encontremos. La compasión es la mayor fuente de éxito
en la vida.
Mientras vivamos en este mundo encontraremos problemas. Si en esos momentos
perdemos las esperanzas y nos desanimamos, nuestra capacidad de enfrentar las
dificultades se verá altamente disminuida. De otro lado, si recordamos que no
somos los únicos que tenemos que soportar el sufrimiento sino que todos los
seres humanos sufren de una u otra manera, esta perspectiva más realista hará
mayor nuestra determinación y capacidad para superar los problemas. Con esta
actitud, podremos ver cualquier obstáculo como una oportunidad valiosa para
mejorar nuestra mente.
De esta forma, podremos luchar para ser gradualmente más compasivos, esto es,
podremos desarrollar una empatía genuina por el sufrimiento de los otros y la
voluntad para ayudarlos a remover su dolor. Como resultado, nuestra propia
serenidad y fuerza interior crecerán.
Nuestra necesidad de amor
En última instancia, la razón por la cual el amor y la compasión traen la
mayor felicidad a nuestra vida es porque los apreciamos por encima de todas
las cosas. La necesidad de amor subyace en el fundamento mismo de la
existencia humana. Es el resultado de la interdependencia que compartimos
todos. Sin importar cuán capaz o inteligente sea una persona, si se la deja
sola, no sobrevivirá. Sin importar cuán vigorosos o independientes lleguemos a
sentirnos durante los años más prósperos de nuestra vida, cuando estamos
enfermos o somos muy jóvenes o muy viejos, tenemos que depender del apoyo de
los otros.
La interdependencia es una ley fundamental de la naturaleza. No sólo las
formas superiores de vida sino también los insectos más pequeños son seres
sociales que, sin religión, leyes o educación, sobreviven debido a la
coope-ración basada en un reconocimiento innato de su interconexión. Incluso
los niveles más sutiles de los fenómenos materiales son gobernados por la
interdependencia. Todos los fenómenos, desde el planeta que habitamos hasta
los océanos, las nubes, los bosques y las flores que nos rodean, surgen
dependiendo de patrones sutiles de energía. Si no hay una interacción
adecuada, se disuelven y decaen.
Es debido a que nuestra vida es tan dependiente de la ayuda de otros que la
necesidad de amor subyace en el fundamento mismo de nuestra existencia. Por lo
tanto, necesitamos tener un sentido genuino de responsabilidad y una
preocupación sincera por el bienestar de los demás.
Tenemos que considerar lo que nosotros, seres humanos, realmente somos. No
somos objetos hechos por máquinas. Si fuéramos entes meramente mecánicos,
entonces las máquinas mismas podrían aliviar nuestro sufrimiento y suplir
nuestras necesidades. Sin embargo, puesto que no somos solamente creaturas
materiales, es un error poner nuestras esperanzas de ser felices en los
desarrollos externos. En lugar de esto, debemos considerar nuestro origen y
nuestra naturaleza para descubrir lo que necesitamos.
Dejando de lado la compleja cuestión de la creación y la evolución de nuestro
universo, podemos ponernos de acuerdo en que cada uno de nosotros es el
producto de sus padres. En términos generales, nuestra concepción tuvo lugar
en el contexto del deseo sexual pero también de la decisión de nuestros padres
de tener un hijo. Dicha decisión se fundamenta en la responsabilidad y en el
altruismo, el compromiso compasivo de los padres de cuidar al niño hasta que
éste pueda cuidarse por sí mismo. Por eso, desde el momento mismo de nuestra
concepción, el amor de nuestros padres está directamente relacionado con
nuestra creación. Por lo demás, en los primeros estadios de nuestro
crecimiento, dependemos absolutamente de nuestra madre. De acuerdo con ciertos
científicos, el estado mental de una mujer embarazada, de calma o de
agitación, tiene un efecto físico directo en la creatura que va a nacer.
Las expresiones de amor también son muy importantes en el momento del
nacimiento. Dado que la primera cosa que hacemos es succionar leche del pecho
de nuestra madre, naturalmente nos sentimos cercanos a ella y ella debe sentir
amor por nosotros para poder alimentarnos adecuadamente. Si la madre siente
rabia o resentimiento, es posible que su leche no fluya libremente.
Luego viene el periodo crítico de desarrollo cerebral desde el momento del
nacimiento hasta la edad de tres o cuatro años. Durante este periodo, el
contacto físico amoroso es el factor más importante para el crecimiento normal
del niño. Si el niño no se carga, se abraza o se ama, su desarrollo se verá
limitado y su cerebro no madurará apropiadamente.
Puesto que un niño no puede sobrevivir sin el cuidado de otros, el amor es el
alimento más importante. La felicidad de la niñez, la victoria sobre muchos de
los miedos infantiles y el desrrollo saludable de la confianza en sí mismo
dependen directamente del amor.
Actualmente, muchos niños crecen en hogares infelices. Si no reciben un afecto
adecuado, en su vida posterior no van a amar a sus padres y, con bastante
frecuencia, les resultará difícil amar a otros. Eso es muy triste.
En la medida en que los niños crecen e ingresan al colegio, sus maestros deben
suplir su necesidad de apoyo. Si un maestro no sólo imparte educación
académica sino que asume la responsabilidad de preparar a los estudiantes para
la vida, sus pupilos sentirán confianza y respeto y lo que se les enseñe les
dejará una huella indeleble en sus mentes. De otro lado, las materias que
enseña un maestro que no muestra una preocupación por el bienestar real de sus
estudiantes serán sólo asuntos temporales que no se retendrán por largo
tiempo.
En forma similar, si estamos enfermos y nos está tratando un médico cuyo calor
humano es evidente, nos sentimos a gusto y el deseo del doctor de dar el mayor
cuidado es en sí mismo curativo, sin que importen demasiado sus capacidades
técnicas. Por el contrario, si el doctor que nos está atendiendo carece de
sentimiento humano y exhibe una expresión de pocos amigos, impaciencia o
descuido, nos sentimos ansiosos, incluso si es el doctor más cualificado, si
la enfermedad ha sido correctamente diagnosticada y se ha prescrito la
medicina adecuada. Indudablemente, los sentimientos del paciente afectan su
recuperación.
Incluso cuando tenemos conversaciones comunes en nuestra vida diaria, si
alguien habla con sentimiento humano disfrutamos escucharlo y respondemos en
consecuencia. Toda la conversación se vuelve interesante, sin importar cuán
insignificante sea el tópico que se esté tratando. Por el contrario, si una
persona habla fría o bruscamente, nos sentimos incómodos y queremos cortar
rápidamente la interacción. Tanto en los eventos más importantes como en los
menos significativos, el afecto y el respeto de los otros son vitales para
nuestra felicidad.
Recientemente me reuní con un grupo de científicos estadounidenses que
afirmaban que en su país la tasa de enfermedades mentales era muy alta (cerca
del 12% de la población). Durante nuestra discusión se hizo evidente que la
causa principal de la depresión no es la carencia de bienes materiales sino la
deprivación afectiva.
Ahora bien, algo claro se desprende de lo que he discutido hasta aquí: ya sea
que estemos o no concientes de ello, desde el día en que nacemos, la necesidad
de afecto humano está en nuestra propia sangre. Incluso si el afecto proviene
de un animal o de alguien a quien normalmente consideraríamos un enemigo, los
niños y los adultos naturalmente gravitamos hacia dicho afecto.
Considero que nadie nace libre de la necesidad de amor. Esto demuestra que
aunque algunas escuelas de pensamiento moderno tratan de demostrarlo, los
seres humanos no pueden definirse como únicamente materiales. Ningún objeto
material, sin importar cuán bello o valioso sea, puede hacernos sentir amados,
puesto que nuestra identidad más profunda y nuestro real carácter yacen en la
naturaleza subjetiva de la mente.
Desarrollar compasión
Algunos de mis amigos me han dicho que aunque al amor y la compasión son
maravillosos y buenos, realmente no son muy relevantes. Nuestro mundo, afirman
ellos, no es un lugar en el que dichas creencias tengan mucha influencia o
poder. Sostienen que la ira y el odio son una parte tan predominante de la
naturaleza humana que la humanidad siempre estará sometida a ellos. No
comparto este punto de vista.
Los seres humanos hemos existido en nuestra forma presente por más de cien mil
años. Creo que si durante este tiempo la mente humana hubiera estado dominada
principalmente por la ira y el odio, nuestra población total habría
disminuido. No obstante, a pesar de todas nuestras guerras, encontramos que
actualmente nuestra población es mayor que antes. Esto indica claramente que
el amor y la compasión prevalecen en el mundo. Esta es la razón por la cual
los hechos desagradable son «noticia». Las acciones compasivas son una parte
tan importante de nuestra vida diaria que se dan por sentadas y, por lo tanto,
en su mayoría se ignoran.
Hasta ahora he discutido los beneficos mentales de la compasión. Sin embargo,
ésta también contribuye al bienestar físico. De acuerdo con mi propia
experiencia, la estabilidad mental y el bienestar físico se relacionan
directamente. Sin lugar a dudas, la ira y la agitación nos hacen más
susceptibles a las enfermedades. Si la mente está tranquila y ocupada en
pensamientos positivos, el cuerpo no se convertirá en presa fácil de las
enfermedades.
Sin embargo, es cierto que todos poseemos una capacidad innata de centrarnos
en nosotros mismos que, por supuesto, nos impide amar a otros. En este punto
podemos preguntarnos lo siguiente: si deseamos obtener la felicidad que sólo
proporciona una mente calmada y si dicha paz mental sólo la da una actitud
compasiva, ¿cómo desarrollar este tipo de actitud? Obviamente, no es
suficiente con pensar en lo linda que es la compasión. Necesitamos hacer un
esfuerzo concertado para desarrollarla. Debemos utilizar todos los sucesos de
nuestra cotidianidad para transformar nuestros pensamientos y nuestro
comportamiento.
Primero que todo, debemos aclarar qué quiere decir compasión. Muchas formas de
sentimiento compasivo se mezclan con el deseo y el apego. Por ejemplo, el amor
que los padres sienten por sus hijos con frecuencia se asocia con sus propias
necesidades emocionales y, en esa medida, no es del todo compasivo. De nuevo,
en el matrimonio, el amor entre esposo y esposa, particularmente al comienzo
cuando ninguno conoce al otro completamente, depende más del apego que del
amor genuino. Nuestro deseo puede ser tan fuerte que la persona a quien amamos
nos parece buena cuando, en efecto, él o ella es muy negativo(a). Además,
tendemos a sobredimensionar las cualidades positivas y, por eso, cuando la
actitud de nuestra pareja cambia, nos sentimos desilusionados y nuestra
actitud también se transforma. Esto nos indica que el amor, en muchos casos,
proviene de motivaciones estrictamente personales y no de una preocupación
ge-nuina por el otro.
La compasión verdadera no es una respuesta emocional sino un compromiso firme
fundado en la razón. Por lo tanto, una actitud verdaderamente compasiva hacia
los otros no se modifica incluso si éstos se comportan negativamente. Por
supuesto, desarrollar este tipo de compasión no es nada fácil. Para comenzar,
consideremos los si-guien-tes hechos:
Sin importar que una persona sea bella y cariñosa o fea y disociadora, en
última instancia es un ser humano como nosotros mismos. Al igual que
cualquiera de nosotros, desea obtener la felicidad y no desea sufrir. Por lo
demás, su derecho a ser feliz y a vencer el sufrimiento es tan legítimo como
el nuestro. Ahora bien, cuando reconocemos que todos los seres son iguales en
su deseo de ser felices y en su derecho a serlo, automáticamente sentimos
empatía y cercanía hacia ellos. Al acostumbrar a nuestra mente a este sentido
de altruismo universal, desarrollamos un sentido de responsabilidad por los
otros: el deseo de ayudarlos a que superen sus problemas activamente. Este
deseo no es selectivo, se aplica a todos por igual. En tanto seres humanos
que, como nosotros, experimentan placer y dolor, no hay razón lógica para
discriminar entre unos y otros o para alterar nuestra preocupación por ellos
si se comportan en forma negativa.
Quiero enfatizar que si tenemos el tiempo y la paciencia suficientes, podremos
desarrollar este tipo de compasión. Por supuesto, nuestra capacidad de
centrarnos en nosotros mismos, nuestro apego característico al sentimiento de
un «yo» autoexistente e independiente, es lo que, fundamentalmente, inhibe
nuestra compasión. Ciertamente, la verdadera compasión sólo puede
experimentarse cuando se elimina este tipo de aferramiento al yo. Sin embargo,
esto no significa que no podamos comenzar a intentarlo ahora.
Cómo empezar
Debemos comenzar deshaciéndonos de los obstáculos más grandes: la ira y el
odio. Como todos sabemos, la ira y el odio son dos emociones muy poderosas que
si no se controlan pueden tomarse nuestra mente, invadirnos por completo. No
obstante, es posible controlarlas.
Teniendo en cuenta lo anterior, para comenzar sería bueno indagar si la ira
tiene o no valor. Algunas veces, cuando nos sentimos desanimados a causa de
una situación difícil, aparentemente la ira resulta útil en tanto nos
proporciona energía, confianza y determinación.
Empero, en este punto debemos examinar cuidadosamente nuestro estado mental.
Aunque es cierto que la ira da más energía, si exploramos la naturaleza de esa
energía, nos damos cuenta de que es ciega: nunca estamos seguros de si sus
efectos van a ser negativos o positivos. Esto sucede porque la ira eclipsa la
mejor parte de nuestro cerebro: su racionalidad. Por eso, la energía de la ira
casi nunca es confiable. Puede causar una gran cantidad de comportamientos
destructivos o desafortunados. Por lo demás, si la ira llega al extremo, nos
convertimos en especies de locos que actúan de formas que no sólo son dañinas
para nosotros mismos sino para los demás.
No obstante, es posible desarrollar una energía igualmente poderosa con la
cual manejar las situaciones difíciles. Esta energía controlada proviene no
sólo de una actitud más compasiva sino de la razón y la paciencia, los dos
antídotos más poderosos contra la rabia. Desafortunadamente, algunas personas
confunden estas cualidades con debilidad. Por mi parte, creo lo contrario, es
decir, que estas dos cualidades son signos reales de fortaleza interior. Por
naturaleza, la compasión es suave y pacífica, pero también muy poderosa.
Inseguros e inestables son quienes pierden fácilmente la paciencia. Desde mi
punto de vista, el surgimiento de la ira es un signo directo de debilidad.
Entonces, cuando nos encontremos con un problema, lo primero que tenemos que
hacer es ser humildes, mantener una actitud sincera y esperar que el resultado
sea justo. Por supuesto, otros pueden querer aprovecharse de nosotros y si
nuestra actitud de permanecer desapegados sólo provoca que nos sigan
agrediendo injustamente, debemos adoptar una postura fuerte. Sin embargo,
debemos hacerlo con compasión y si nos resulta necesario expresar nuestros
puntos de vista y tomar medidas fuertes, debemos hacerlo sin rabia y sin mala
intención.
Es importante que nos demos cuenta de que aunque nuestros opositores
aparentemente nos están haciendo daño, a la postre, su actitud destructiva
sólo los perjudicará a ellos mismos. Con el fin de controlar nuestros impulsos
egoístas de retaliación, debemos recordar nuestro deseo de practicar la
compasión y asumir la responsabilidad para ayudar a los otros con el fin de
que no sufran las consecuencias de sus propios actos.
De esta forma, en la medida en que escojamos cuidadosamente las acciones que
llevemos a cabo, éstas serán más efectivas, más adecuadas y más poderosas. La
retaliación con base en la energía ciega de la ira, rara vez da en el blanco.
Amigos y enemigos
Debo enfatizar nuevamente que con sólo pensar en que la compasión, la razón y
la paciencia son buenas no es suficiente para desarrollarlas. Debemos esperar
los momentos difíciles y, entonces, intentar ponerlas en práctica.
¿Y quién crea las oportunidades? Por supuesto no son nuestros amigos sino
nuestros enemigos. Ellos son quienes más problemas nos dan. Por eso, si
realmente queremos aprender, debemos considerar a nuestros enemigos como
nuestros mejores maestros.
Para quienes apreciamos la compasión y el amor, es esencial la práctica de la
tolerancia y, para poder practicar la tolerancia, tenemos que contar con
nuestros enemigos. En este sentido, debemos sentir gratitud hacia ellos, ya
que son los que más contribuyen a que obtengamos la paz mental. Con
frecuencia, tanto en la vida pública como en la privada, cuando las
circunstancias cambian, los enemigos se convierten en amigos.
La ira y el odio siempre son dañinos y a no ser que entrenemos nuestra mente y
trabajemos duro para reducir su influencia negativa, seguirán molestándonos y
haciendo difícil que obtengamos la paz mental. La ira y el odio son nuestros
reales enemigos. Esas son las fuerzas que necesitamos confrontar y derrotar,
no los «enemigos» temporales que intermitentemente aparecen en nuestra vida.
Por supuesto, es natural y correcto que deseemos tener amigos. A menudo
afirmo, en broma, que si queremos ser egoístas, tenemos que ser muy
altruistas. Para lograr tener muchos amigos, es necesario preocuparnos por los
otros, por su bienestar, ayudarlos, servirles, conseguir más sonrisas. ¿El
resultado? ¡Cuando necesitamos ayuda, encontramos miles de personas que
quieren ayudarnos! Si, de otro lado, somos negligentes en relación con la
felicidad de los demás, en el largo plazo resultaremos derrotados. ¿Es la
amistad el resultado de las batalles y las peleas, de la ira, de la envidia y
de la competitividad? No creo. Sólo el afecto nos trae amigos genuinos.
En la sociedad materialista de hoy, si tenemos poder y dinero, aparentemente
tenemos muchos amigos. Sin embargo, no son amigos de nosotros. Son amigos del
dinero y el poder. Cuando perdemos la fortuna y la influencia, nos resulta muy
difícil seguirle la pista a estas personas.
El problema reside en que cuando las cosas del mundo marchan bien para
nosotros, creemos que podemos manejarlo todo y que no necesitamos amigos. Sin
embargo, en la medida en que nuestro estatus y nuestra salud declinan, nos
damos cuenta de lo equivocados que estábamos. Ese es el momento en nos
enteramos de quién es realmente útil y quién es completamente inútil. En ese
sentido, con el fin de prepararnos para ese momento, con el fin de hacer
amigos genuinos que nos ayuden cuando lo necesitemos, debemos cultivar el
altruismo.
Aunque algunas veces la gente se ríe cuando se los digo, yo siempre quiero
tener más amigos. Me encantan las sonrisas. Debido a esto, tengo el problema
de saber cómo hacer más amigos y cómo conseguir, en particular, sonrisas
genuinas. Hay muchos tipos de sonrisas: sarcásticas, artificiales y
diplomáticas. Muchas sonrisas no producen un sentimiento de satisfacción y
algunas veces pueden ocasionar sospechas y miedo. Sin embargo, una sonrisa
genuina nos da un sentimiento de frescura ya que es una característica
especial de los seres humanos. Si este es el tipo de sonrisas que queremos,
nosotros mismos debemos crear las condiciones para que se dé.
La compasión y el mundo
Como conclusión, me gustaría extender mis pensamientos más allá del tópico de
este escrito breve y señalar algo mucho más amplio: la felicidad individual
puede contribuir en forma profunda y efectiva al mejoramiento general de
nuestra comunidad humana.
Uuesto que todos compartimos la misma necesidad de amor, es posible sentir que
cualquier persona que conozcamos, sin importar cuáles sean las circunstancias,
es un hermano o una hermana. Hay que ignorar la novedad de su rostro o las
diferencias en la forma de vestirse o de comportarse. No existen divisiones
significativas entre nosotros y los demás. Centrarnos en las diferencias
externas es estúpido, ya que nuestra naturaleza básica es idéntica.
En última instancia, la humanidad es una y este pequeño planeta es nuestro
único hogar. Si queremos proteger nuestro hogar, necesitamos experimentar un
vívido sentimiento de altruismo universal. Sólo este sentimiento puede hacer
que desaparezcan las motivaciones egoístas que hacen que las personas se
engañen unas a otras. Si poseemos un corazón sincero y abierto, naturalmente
nos autovaloraremos y sentiremos confianza en nosotros mismos. Como
consecuencia de lo anterior, ya no sentiremos miedo.
Considero que en todos los niveles de la sociedad, familiares, tribales,
nacionales e internacionales, la clave para un mundo más feliz y exitoso es el
desarrollo de la compasión. No tenemos que volvernos religiosos ni creer en
una ideología. Lo único que necesitamos es desarrollar nuestras cualidades
humanas innatas.
Yo intento tratar a todas las personas que conozco como si fueran viejos
amigos. Esto me proporciona un sentimiento de felicidad genuina. Es la
práctica de la compasión.
Dalai Lama.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario