
Desde esta perspectiva, la arrogancia y el autodesprecio son las dos caras del egocentrismo. Ambos se manifiestan a través de la depresión psicológica. Si algo tienen en común una persona que se menosprecia y una persona arrogante es la obsesión por su ego: la primera se regodea en su propia desgracia; la segunda, en su arrogante perfección. En ambos casos de egocentrismo, el individuo se centra constante y exclusivamente en sí mismo. Esta clase de gente sólo sabe hablar de sí misma: el arrogante para alabarse, el que se infravalora para echar la culpa de sus desgracias a los demás. Ambos tienden a manifestarse sus inseguridades a través del odio.
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