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miércoles, 14 de abril de 2010
Carta de un Jefe Indio al Presidente de los Estados Unidos.
Carta de un Jefe Indio al Presidente de los Estados Unidos.
El presidente envía desde Washington la noticia de que desea comprar nuestras tierras. Pero ¿cómo se puede comprar o vender el cielo? ¿O la tierra? Es una idea extraña para nosotros. Si no somos propietarios de la frescura del aire ni del centelleo del agua, ¿cómo nos los podéis comprar?
Cada trozo de tierra es sagrado para mi pueblo. Cada aguja de pino reluciente, cada playa arenosa, cada niebla en los bosques oscuros, cada prado, cada insecto con su zumbido. Todos ellos son sagrados en el recuerdo y en la experiencia de mi pueblo.
Conocemos la savia que discurre por el árbol igual que conocemos la sangre que discurre a través de nuestras venas. Formamos parte de la Tierra y ella forma parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas. El oso, el ciervo, la gran águila, estos son nuestros hermanos. Las crestas rocosas, la hierba del prado, el calor del cuerpo del pony y del hombre, todos pertenecemos a la misma familia.
El agua que brilla mientras se abre paso por las corrientes y los ríos, no es tan sólo agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos nuestras tierras, debéis recordar que son sagradas. Cada uno de los fantasmales reflejos de las aguas claras de los lagos nos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos. Apagan nuestra sed. Llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Debéis, pues, tratar a los ríos con la bondad con que trataríais a mi hermano.
Si os vendemos nuestras tierras, recordad que el aire es para nosotros precioso, que el aire comparte su espíritu con todas las formas de la vida que en él existen. El viento que dio a nuestro abuelo su primer aliento recibe también su ultimo suspiro. El viento da también el espíritu de vida a nuestros hijos. Por lo tanto, si os vendemos nuestras tierras debéis mantenerlas aparte y tratarlas como un lugar sagrado adonde el hombre pueda acudir para gustar el viento endulzado por las flores de los prados.
¿Enseñareis a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros? ¿Les enseñareis que la tierra es nuestra madre? Lo que acontece a la Tierra, acontece también a todos los hijos de la Tierra.
Sabemos esto: que la Tierra no pertenece al hombre sino éste a la Tierra. Todas las cosas están entrelazadas, como la sangre que nos une a todos. El hombre no tejió la trama de la vida, es simplemente un hilo en ella. Lo que el hombre le haga a esta trama de la vida se lo hace a sí mismo.
Sabemos una cosa: nuestro Dios es también vuestro Dios. La Tierra es para Él preciosa y, dañarla, es tratar con un gran desprecio a su Creador.
Vuestro destino es un misterio para nosotros. ¿Que sucederá cuando todos los búfalos hayan sido muertos? ¿Y todos los caballos domados? ¿Que sucederá cuando los rincones secretos del bosque estén cargados de aroma de muchos hombres y la vista de las colinas maduras enturbiada por los hilos parlantes? ¿Dónde estará el matorral? ¡Habrá desaparecido! Y, ¿qué significará decir adiós al veloz pony y a la caza? El final de la vida y el comienzo de la supervivencia.
Cuándo el ultimo piel roja haya desaparecido junto con sus espacios naturales y su recuerdo sea tan sólo una sombra de nube que se mueve por la pradera, ¿seguirán aquí estas costas y estos bosques? ¿Qué quedará del espíritu de mi pueblo?
Amamos esta Tierra como el recién nacido ama el latido de su madre. Por lo tanto, si os vendemos nuestras tierras, amadlas como nosotros las hemos amado. Cuidadlas como nosotros las hemos cuidado. Guardad en el pensamiento el recuerdo de las tierras tal como las habéis recibido. Preservad la Tierra para todos los niños y amadla como Dios nos ama a todos.
Del mismo modo que nosotros somos parte de la Tierra, también vosotros. Esta Tierra es para nosotros preciosa. También lo es para vosotros. Una cosa sabemos, solo hay un Dios. Ningún hombre, ya sea piel roja o blanco, puede estar separado del otro. Porque somos todos, al fin y al cabo, hermanos.
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