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lunes, 29 de marzo de 2010
Un altar para la Iluminación
Un altar para la Iluminación
Dalai Lama.
Viena 1993.
A veces podemos asombrarnos al ver montones de ofrendas de luces, flores, incienso, agua, y comida en los templos budistas, o sorprendernos del dinero que se entrega para construir stupas y similares. Nuestra primera reacción puede ser preguntarnos: “¿De qué le sirve todo esto al Buda? ¿Qué hay detrás de todo esto?”
Hemos de ver que son sólo maneras de contrarrestar nuestra tendencia habitual a desviarlo todo en nuestro propio beneficio. Hasta ahora, nuestra única preocupación ha sido satisfacer nuestro ego, protegerlo, y con este fin hemos tratado siempre de acaparar todo aquello que consideramos agradable, placentero o una fuente de felicidad. Esto es lo que nos ha conducido a este estado de sufrimiento e ignorancia en el que nos encontramos. Y lo mismo es aplicable a todos los seres vivientes.
Hemos de librarnos de esa tendencia y la manera mejor de hacerlo es desarrollar una tendencia en la dirección opuesta, una que nos haga inclinarnos hacia la generosidad, el altruismo y el compartir, en oposición a la codicia, el apego y la posesividad. Por esto utilizamos al Buda como soporte, para que nos ayude en nuestros actos de generosidad. Por esto levantamos altares, construimos stupas y otros apoyos que actúan como un punto focal para nuestra transformación interna.
Este acto de generosidad —para transformar nuestras tendencias basadas en el ego y sobre todo, la codicia y posesividad— va acompañada de un acto de confianza. Hacemos la ofrenda porque reconocemos la grandeza, la superioridad de Iluminación. Cada ofrenda es al mismo tiempo un acto de apertura, de entrega, y de generosidad. Nos lleva en una dirección que nos liberará de nuestro apego egoico y con seguridad nos conducirá a la Iluminación.
De modo que el hacer ofrendas es una práctica muy importante, tanto si se realiza de forma muy simple como de una manera más elaborada. El elemento más importante es la intención o motivación subyacente que acompaña al propio acto.
La ofrenda no es simplemente una acción; también es un estilo de vida, una actitud de totalidad, al igual que la codicia o el apego al ego. Cuando el apego al ego es el centro de nuestro comportamiento, esta tendencia habitual en nuestra mente inspirará todas nuestras acciones. Cuando somos egoístas y codiciosos, todas nuestras acciones se dirigen hacia nosotros. Para que la generosidad se convierta en nuestro estilo de vida, se ha integrar —en todos los aspectos— en nuestras actividades diarias. Todas nuestras acciones tienen que ser reconsideradas desde el punto de vista de la generosidad, no sólo cuando nos encontramos ante nuestro santuario.
Cuando la generosidad material se apoya en una ofrenda mental, se vuelve ilimitada. También podemos ofrecer a la Iluminación cualquier cosa que otros posean, de modo que en lugar de ver sólo las cosas desde nuestro punto de vista sintiéndonos celosos de lo que tienen los demás, podemos cultivar la generosidad y ofrecerla a la Iluminación. También podemos ofrecer a la Iluminación las cosas que no pertenecen a nadie en particular: el sol, la luna y la naturaleza. De esta manera, lo que es una fuente de apego se convierte en una ofrenda a la Iluminación. Nos encontramos en un universo de ofrendas en el que podemos evolucionar y transformar completamente nuestra actitud centrada en el ego, en una actitud totalmente dedicada a la Iluminación.
En nuestro hogar hemos de tener un altar dedicado a la Iluminación, un punto de apoyo y referencia para nuestras ofrendas y deseos. Éste será el lugar especial dónde podemos acudir a desarrollar esta nueva tendencia hacia la generosidad. También será donde expresemos todos nuestros deseos que nos llevarán en la dirección de la Iluminación. Será el apoyo para nuestra acumulación de mérito. El altar puede ser muy simple: quizá una sola fotografía o estatua, con algunas ofrendas tradicionales delante. Hemos de empezar cada día con un acto de generosidad y acompañarlo con deseos como el de refugio o la oración de desarrollo de la bodichita. Esto nos colocará en el estado mental adecuado para progresar a lo largo del camino de la Iluminación.
Los cuencos de ofrendas
¿Cuál es el significado de los siete cuencos tradicionales y sus ofrendas? A través de las experiencias sensoriales de vista, olfato, etc... nos hemos apegado desde tiempos inmemoriales a muchas cosas y hemos acumulado muchas acciones negativas al perseguir esos apegos. Ahora que nos hemos dado cuenta de lo dependientes que somos y de lo poco hábiles que hemos sido por culpa de ello, decidimos actuar contra esto a través de ofrendas por las experiencias sensoriales.
Para que esta clase de neutralización sea efectiva tenemos que hacer algo física y mentalmente. Por eso ofrecemos incienso, agua, lámparas de aceite, etc. Debemos ser conscientes de que nuestras acciones, desde siempre, motivadas por los apegos sensoriales han acumulado mucho karma negativo que ahora gobierna nuestras actitudes y acciones. Por esto debemos esforzarnos constantemente para invertir esta tendencia y por este motivo tenemos que realizar ofrendas de manera habitual. Si realmente hacemos la ofrenda con nuestra mente unificada por completo con lo que estamos haciendo físicamente, dicha ofrenda tendrá bastante poder para purificar esas tendencias negativas y aumentar las positivas al crear mérito.
Sabemos que actuando de una cierta manera hemos creado karma negativo, y ahora actuando de manera diferente podemos aumentar el karma positivo hasta alcanzar el punto en el que lo previamente acumulado sea purificado por completo. Todo depende de la mente, de manera que es muy importante cambiar nuestra actitud y manera de pensar, pues todo el karma negativo se crea primero en la mente como consecuencia de las tendencias negativas que subyacen a nuestro comportamiento. Pero puesto que la mente está detrás de todo, cuando realmente decidimos cambiar la dirección de nuestra mente y desarrollarla en un sentido más positivo, podemos tener la seguridad de que todas nuestras expresiones corporales y verbales serán también positivas pues la mente es esencial en la creación de karma.
No hemos de hacer ofrendas porque los Lama, o las Tres Joyas, o las Deidades de la Meditación tengan hambre o sed; no hay lugar para este tipo de pensamiento dualista. Cuando ofrecemos un torma, no hay ninguna intención calculada detrás: “Si ofrezco esta torma podré pedir a cambio esto o aquello, y mis deseos se cumplirán. Puedo establecer un pacto con las deidades, o con las Tres Joyas para obtener todo lo que quiero”. No funciona así. Todo es creado por la mente, de modo que cuando oramos para ver cumplidos nuestros deseos, para que alcancemos todo lo bueno y que todo lo malo sea eliminado, no estamos pidiendo a nadie que lo haga; es simplemente la mente. La deidad a la cual oramos o hacemos nuestras peticiones forma parte también de nuestra propia mente y no debemos pensar en ella como en algo diferente.
Es mediante el poder de la mente que hacemos que las cosas sucedan de una determinada manera. Es la mente viéndoselas con la mente. Implica alguna clase de convicción: formulando deseos y orando, se desarrollará una mente positiva y, como resultado, sucederán cosas positivas al verse superada la mente negativa y con ella los resultados negativos.
Devoción y ofrenda
Lo más importante es la actitud que acompaña al gesto de ofrecer; eso es lo que provoca la acumulación de mérito y determina si éste se convierte en infinito e inconcebible, o no. Por lo tanto, cada acto de generosidad debe ir acompañado de una actitud que esté libre de interés en uno mismo y al mismo tiempo que sea infinita, lo cual implica que no estamos limitando esa ofrenda exclusivamente a la acción material. Esto es importante porque si nuestra mente limita la ofrenda, nuestra ofrenda será limitada.
Ofrecer es algo que sucede en los tres niveles: corporal, verbal y mental. Realizando la ofrenda a estos tres niveles los purificamos todos. Las acciones corporales —sean movimientos físicos reales de generosidad, o los movimientos de una práctica ritual que incluya la generosidad— serán el soporte del desarrollo de nuestra actitud mental de generosidad. Mediante la palabra —en el caso de un ritual por ejemplo— expresamos nuestras intenciones, reconocemos las cualidades de la Iluminación y aspiramos a alcanzarla mediante el ofrecimiento de todas nuestras posesiones, de todo aquello que es objeto de nuestro apego. A través de la mente, desarrollamos confianza, devoción y convicción en las cualidades de la Iluminación. También utilizamos nuestra mente para multiplicar nuestras ofrendas materiales hasta el infinito.
Nuestra ofrenda es, por consiguiente, completa; algo que sucede simultáneamente en los niveles de cuerpo, palabra y mente, y posibilita que tenga lugar una verdadera purificación en los tres niveles de nuestro ser.
Una vez, alguien le ofreció una flor a Shakyamuni, con una mente unificada y llena de confianza y devoción, multiplicando mentalmente la ofrenda hasta el infinito. El Buda respondió diciendo que debido a que aquella persona en el momento de la ofrenda había reconocido las cualidades de la Iluminación, aspirando a alcanzarla, y había considerado el acto de ofrecer la flor como el símbolo de la renuncia a todos los apegos, la ofrenda había servido para sembrar la semilla de la Iluminación en su mente.
Esto nos muestra lo importante que es prestar atención a la actitud correcta de la mente asegurándonos que acompaña todos nuestros actos de generosidad. Cuando hacemos las ofrendas, nuestra mente debe estar llena de confianza y devoción. Hemos de considerar que el Buda está realmente presente ante nosotros mientras realizamos la ofrenda, y es esta devoción la que convierte nuestra acción en una que acumulará mucho mérito. Si nuestra mente está llena de confianza y devoción mientras —confiados y entregándonos— se lo ofrecemos todo —materialmente y en nuestra imaginación— a la Iluminación, en ese mismo instante todo apego e ignorancia desaparecen y la acumulación de mérito es inestimable. Sin esta actitud mental podemos ser exteriormente generosos y realizar grandes ofrendas materiales, pero simplemente seremos como niños jugando a ser tenderos o conduciendo automóviles de juguete por los castillos de arena que hemos construido, creyendo que todo ello es real.
Hemos de comprender que aunque las ofrendas son a los Iluminados, eso no quiere decir que les vaya a ayudar, sino más bien a nosotros. No debemos pensar que puesto que el Buda no tiene donde vivir, tenemos que construirle un altar en casa de manera que pueda dormir en alguna parte, ni que tengamos que ofrecerle arroz y agua en pequeños cuencos o bizcochos en platitos para calmarle el hambre o la sed. ¡Vaya tontería!
Hemos de darnos cuenta de que dedicarle un altar y hacerle ofrendas con regularidad nos sirve, por una parte, para hacernos recordar la Iluminación y sus cualidades y desarrollar en nosotros confianza y devoción hacia él; y por otra, nos ayuda a liberarnos de nuestra ávida codicia —la tendencia de tratar de obtener siempre lo mejor para nosotros—. De forma generosa y devota ofrecemos lo mejor y nos libramos de este egocentrismo que intenta acapararlo todo para uno mismo.
Si la ofrenda se realiza en un marco mental en el que reina la devoción, la confianza y el respeto, al mismo tiempo que la comprensión de que ésta es la manera de librarnos de nuestras arraigadas tendencias de codicia y posesividad, entonces es eficaz. Acumulamos mérito y las tendencias desaparecen. Si no lo hacemos así, levantar un altar y llenar los cuencos cada mañana son nada más que las acciones de un niño jugando a celebrar fiestas.
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